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Una veintena de centros vascos instalan estos dispositivos para controlar el griterío de los alumnos. Escuelas e ikastolas que utilizan este novedoso sistema registran a diario más de 85 decibelios, que suponen ya un riesgo para la salud
El ruido que hacen los alumnos es un problema de difícil solución en
los colegios. Y una queja habitual de los profesores, que pagan la
factura del griterío de los escolares con afonías, fatiga y estrés. No
les falta razón. Una de las mediciones que se han hecho en un centro de
enseñanza vasco tuvo un pico de 100 decibelios. Ese nivel de ruido es
similar al que hace una banda de rock en pleno concierto y se aproxima
al de un martillo neumático trabajando en la calle. Los 85 decibelios se
alcanzan a diario en los colegios, un umbral que se considera ya un
riesgo para la salud de los trabajadores y exigiría llevar tapones. En
el País Vasco, 25 centros de enseñanza han instalado semáforos para
poner freno al exceso de ruido. El Gobierno Vasco adquirirá una docena
de estos dispositivos con el fin de distribuirlos entre la escuelas más
afectadas
El uso de semáforos ha permitido a estos colegios detectar los espacios en los que se sufre picos de ruido. Y todos coinciden en que hay un punto negro común, un lugar en el que los escolares gritan más: el comedor escolar. Ya hay monitoras que trabajan con tapones porque el alboroto de los niños se hace insoportable y varias empresas de catering han adquirido estos dispositivos para usarlos cuando sirven los menús.
«La mayoría de los centros los han colocado en los comedores», explica Leire Atxa, que ha importado esta tecnología de Estados Unidos, un invento que se emplea desde hace años con éxito en los centros educativos de Finlandia. Escuelas e ikastolas que disponen de esta tecnología para controlar el ruido también usan los semáforos en otros espacios que suelen concentrar el griterío escolar: gimnasios y patios cubiertos o ludotecas. «Hace poco me llamaron de un instituto vizcaíno para interesarse por los semáforos porque el profesor de Educación Física sufría continuos dolores de cabeza por el ruido que soportaba en el gimnasio cubierto», relata Atxa.
Los semáforos disponen de un sensor que marca los decibelios. El límite para el verde, amarillo o rojo lo fija el usuario. «Lo habitual es que los colegios marquen el rojo en 80-85, considerado el tope para que se convierta en un riesgo para la salud», añade Atxa, aunque el objetivo saludable sería «no superar los 60». Cuando el semáforo se pone rojo, pita o emite algún mensaje grabado para alertar a los alumnos de que han superado el tope de decibelios, algo que sucede en numerosas ocasiones. No en vano los problemas en las cuerdas vocales -por elevar la voz en clase a diario- es la única enfermedad laboral reconocida a los docentes y causa cientos de bajas cada curso.
De 6 a 8 años, más ruidosos
El colegio público Kanpazar de Portugalete es uno de los que ha decidido poner freno al ruido por medio de estos novedosos dispositivos. Estaban preocupados. La dirección llegó a avisar a los técnicos de Osalan para que comprobaran si el exceso de decibelios en los comedores afectaba ya a la salud de los trabajadores y si había alguna obra de insonorización que se podría hacer para reducir el impacto acústico de los chavales. Al final, optaron por comprar tres semáforos para instalarlos en los comedores escolares, a los que acuden a diario más de 600 niños.
Las escuelas que cuentan con esta tecnología coinciden en que la edad en la que los alumnos gritan más es entre los 6 y los 8 años, aunque también arman mucho alboroto los más pequeños de Infantil. En Kanpazar, de hecho, funciona en el comedor de Infantil. Los niños ya se han acostumbrado y saben que cuando se enciende el color rojo quiere decir que el griterío es muy fuerte y hay que bajar el tono. «Se habla con profesores, alumnos y monitoras para explicarles su funcionamiento y el objetivo que se persigue. El dispositivo nos indica cuantas veces se llega al rojo, y si conseguimos que vaya bajando les damos algún premio, un postre especial, una golosina..», explica el encargado del comedor, Manu Roncero.
Parte del proyecto educativo
El uso de semáforos es ya una parte del proyecto educativo de los colegios. «Es un recurso más. Tenemos la costumbre de hablar muy alto; y no nos damos cuenta de que no es lo normal. Es importante trabajar en las aulas estos hábitos, que los niños hablen más bajo, enseñarles que si suben el tono se altera el ambiente...», dice la directora de Kanpazar, Carmen López.
Para la ikastola concertada Bihotz Gaztea el control de los decibelios es, además de parte de la formación de los alumnos, una necesidad. La ubicación del colegio y la organización de los espacios hacen que el ruido de los alumnos en los patios o en los pasillos afecte al desarrollo de las clases. El semáforo es parte de una larga lista de medidas imaginativas para combatir el problema acústico: la ikastola ha hecho un mapa sonoro de sus instalaciones, ha reorganizado los espacios y los horarios de entradas y salidas de alumnos -hasta ha dibujado los caminos a seguir por cada grupo-, y los docentes participan en un 'taller del silencio' en el que aprenden herramientas destinadas a rebajar los decibelios. «Nos preocupaba que los escolares se acostumbren al ruido. Queremos que no lo vean como algo con lo que tengan que convivir», dice Saioa Arrieta, profesora de ESO.
Los docentes de esta ikastola han detectado también que los escolares de primero y segundo de Primaria -de 6 a 8 años- son los más ruidosos y que el punto negro es el comedor. «El semáforo se ha colocado en el espacio donde se sirven los menús, allí hemos registrado picos de 90 decibelios. A los niños se les explica su funcionamiento y sí bajan el tono. Ya hemos conseguido resultados», explica Asier Fontal, director de Servicios del centro.
Golosinas de premio
En la escuela infantil bilbaína Gure Leku lo emplean en el aula de de 2 años desde el pasado curso. El semáforo tiene dibujada una cara sonriente en el color verde, una seria en la amarilla, y una enfadada en la roja. Cada día las profesoras colocan pegatinas sobre una cartulina en la pared con los positivos que consiguen los pequeños si no se enciende el rojo muchas veces. Al finalizar la semana hay alguna golosina de premio. «A estas edades su capacidad de aprendizaje es muy grande. Se fijan en el semáforo, les decimos que se ha enfadado, y bajan el tono. A fin de curso se notan ya los resultados», comenta el responsable de la guardería, Jon Rodilla.
Otros colegios en España utilizan el semáforo como medida de control. Sin premios que valgan. En la escuela asturiana Jesús Neira de Pola, por ejemplo, los alumnos se quedan con menos tiempo de recreo o se van con más deberes a casa si el semáforo se pone en rojo.
El uso de semáforos ha permitido a estos colegios detectar los espacios en los que se sufre picos de ruido. Y todos coinciden en que hay un punto negro común, un lugar en el que los escolares gritan más: el comedor escolar. Ya hay monitoras que trabajan con tapones porque el alboroto de los niños se hace insoportable y varias empresas de catering han adquirido estos dispositivos para usarlos cuando sirven los menús.
«La mayoría de los centros los han colocado en los comedores», explica Leire Atxa, que ha importado esta tecnología de Estados Unidos, un invento que se emplea desde hace años con éxito en los centros educativos de Finlandia. Escuelas e ikastolas que disponen de esta tecnología para controlar el ruido también usan los semáforos en otros espacios que suelen concentrar el griterío escolar: gimnasios y patios cubiertos o ludotecas. «Hace poco me llamaron de un instituto vizcaíno para interesarse por los semáforos porque el profesor de Educación Física sufría continuos dolores de cabeza por el ruido que soportaba en el gimnasio cubierto», relata Atxa.
Los semáforos disponen de un sensor que marca los decibelios. El límite para el verde, amarillo o rojo lo fija el usuario. «Lo habitual es que los colegios marquen el rojo en 80-85, considerado el tope para que se convierta en un riesgo para la salud», añade Atxa, aunque el objetivo saludable sería «no superar los 60». Cuando el semáforo se pone rojo, pita o emite algún mensaje grabado para alertar a los alumnos de que han superado el tope de decibelios, algo que sucede en numerosas ocasiones. No en vano los problemas en las cuerdas vocales -por elevar la voz en clase a diario- es la única enfermedad laboral reconocida a los docentes y causa cientos de bajas cada curso.
De 6 a 8 años, más ruidosos
El colegio público Kanpazar de Portugalete es uno de los que ha decidido poner freno al ruido por medio de estos novedosos dispositivos. Estaban preocupados. La dirección llegó a avisar a los técnicos de Osalan para que comprobaran si el exceso de decibelios en los comedores afectaba ya a la salud de los trabajadores y si había alguna obra de insonorización que se podría hacer para reducir el impacto acústico de los chavales. Al final, optaron por comprar tres semáforos para instalarlos en los comedores escolares, a los que acuden a diario más de 600 niños.
Las escuelas que cuentan con esta tecnología coinciden en que la edad en la que los alumnos gritan más es entre los 6 y los 8 años, aunque también arman mucho alboroto los más pequeños de Infantil. En Kanpazar, de hecho, funciona en el comedor de Infantil. Los niños ya se han acostumbrado y saben que cuando se enciende el color rojo quiere decir que el griterío es muy fuerte y hay que bajar el tono. «Se habla con profesores, alumnos y monitoras para explicarles su funcionamiento y el objetivo que se persigue. El dispositivo nos indica cuantas veces se llega al rojo, y si conseguimos que vaya bajando les damos algún premio, un postre especial, una golosina..», explica el encargado del comedor, Manu Roncero.
Parte del proyecto educativo
El uso de semáforos es ya una parte del proyecto educativo de los colegios. «Es un recurso más. Tenemos la costumbre de hablar muy alto; y no nos damos cuenta de que no es lo normal. Es importante trabajar en las aulas estos hábitos, que los niños hablen más bajo, enseñarles que si suben el tono se altera el ambiente...», dice la directora de Kanpazar, Carmen López.
Para la ikastola concertada Bihotz Gaztea el control de los decibelios es, además de parte de la formación de los alumnos, una necesidad. La ubicación del colegio y la organización de los espacios hacen que el ruido de los alumnos en los patios o en los pasillos afecte al desarrollo de las clases. El semáforo es parte de una larga lista de medidas imaginativas para combatir el problema acústico: la ikastola ha hecho un mapa sonoro de sus instalaciones, ha reorganizado los espacios y los horarios de entradas y salidas de alumnos -hasta ha dibujado los caminos a seguir por cada grupo-, y los docentes participan en un 'taller del silencio' en el que aprenden herramientas destinadas a rebajar los decibelios. «Nos preocupaba que los escolares se acostumbren al ruido. Queremos que no lo vean como algo con lo que tengan que convivir», dice Saioa Arrieta, profesora de ESO.
Los docentes de esta ikastola han detectado también que los escolares de primero y segundo de Primaria -de 6 a 8 años- son los más ruidosos y que el punto negro es el comedor. «El semáforo se ha colocado en el espacio donde se sirven los menús, allí hemos registrado picos de 90 decibelios. A los niños se les explica su funcionamiento y sí bajan el tono. Ya hemos conseguido resultados», explica Asier Fontal, director de Servicios del centro.
Golosinas de premio
En la escuela infantil bilbaína Gure Leku lo emplean en el aula de de 2 años desde el pasado curso. El semáforo tiene dibujada una cara sonriente en el color verde, una seria en la amarilla, y una enfadada en la roja. Cada día las profesoras colocan pegatinas sobre una cartulina en la pared con los positivos que consiguen los pequeños si no se enciende el rojo muchas veces. Al finalizar la semana hay alguna golosina de premio. «A estas edades su capacidad de aprendizaje es muy grande. Se fijan en el semáforo, les decimos que se ha enfadado, y bajan el tono. A fin de curso se notan ya los resultados», comenta el responsable de la guardería, Jon Rodilla.
Otros colegios en España utilizan el semáforo como medida de control. Sin premios que valgan. En la escuela asturiana Jesús Neira de Pola, por ejemplo, los alumnos se quedan con menos tiempo de recreo o se van con más deberes a casa si el semáforo se pone en rojo.
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