En clase, en casa y de fiesta
- En el aula
En la normativa educativa española y catalana no hay especificaciones
concretas de decibelios en el aula. El "semáforo del ruido" en Alemania
se pone ámbar a partir de los 65 dB y rojo cuando supera los 80 dB. La
OMS considera que 35 dB en las clases es el sonido ambiente adecuado
para "permitir unas buenas condiciones de enseñanza y aprendizaje".
En casa Educar
contra el ruido no es sólo tarea de la escuela. En casa, evitar la TV
siempre encendida. La música a tope no sólo daña las relaciones con los
vecinos, sino también la comunicación familiar. Los juguetes son otra
fuente de ruido: muchos superan la peligrosa barrera de los 85
decibelios. Hay que comprobar que llevan el sello de la CE. Los
auriculares también han de tener limitadores de sonido, que no pasen de
los 85 dB.
Actos lúdicos Tampoco existe
aquí una normativa específica para limitar los decibelios en eventos
infantiles. La de la Unión Europea da un tope de emisión de 85-87 dB (lo
que, según el doctor Rodríguez, "ya es mucho"). Se recomienda utilizar
aparatos con limitadores de sonido. El "no pasa nada, es sólo un rato"
no vale: las lesiones por ruido son proporcionales a la intensidad y al
tiempo de exposición.
A
los niños y niñas de tercero de primaria del colegio público Rosella
les gustan los sonidos del canto de los pájaros y de las olas del mar,
el tu-tu de las lechuzas y el repiqueteo de la lluvia al caer. También
les gusta la música (aunque ha de estar "flojita") y el sonido del
viento entre las hojas de los árboles. A estos niños, de entre 8 y 9
años, no les gusta, en cambio, el ruido de las motos, las obras, ni la
música "a tope de volumen". Tampoco les gustan los perros que ladran,
los bocinazos, los portazos, los gritos y el tam-tam de los bongos.
Tienen claro lo que es un ruido: "un sonido desagradable", "que molesta
mucho", "algo que da como estrés a la cabeza" y "hace daño a los oídos",
explican.
Los 26 y 27 alumnos de las dos clases de tercero
de este colegio son capaces de estar casi una hora participando en una
actividad sin interrumpirse o alzar la voz, ni cuando hablan entre
ellos. Al acabar la clase, tampoco se rompe el hechizo: se levantan,
colocan con cuidado sus sillas sobre la mesa, recogen sus mochilas y se
despiden educadamente de sus maestras. Estos niños y niñas podrían estar
en Finlandia, Suecia o uno de esos países del norte donde la gente es
más sosegada y respeta los turnos de palabra. Sin embargo, la escuela
Rosella está en Viladecavalls, en la provincia de Barcelona, y si existe
alguna duda sólo hay que mirar por una de las ventanas y contemplar la
silueta de Montserrat recortada bajo un cielo sin nubes.
La
Rosella es una escuela pionera en trabajar la cuestión del ruido en su
currículum. Esta iniciativa (que en un país como España, que la OCDE
calificó como el segundo más estruendoso del mundo, puede sonar casi
marciana), es debida a una maestra, Cesca Rodríguez-Arias, quien un día,
al leer sobre este ranking, decidió que algo tenía que hacerse. Cesca
lleva casi 35 años ejerciendo como docente y ha comprobado cómo los
niños "son cada vez más ruidosos, sin duda. No es solamente que el ruido
ya no les molesta, sino que tienen un tono de voz más alto", asegura.
Para ella, este aumento del volumen está directamente relacionado con
las dinámicas de estrés y de aceleración imperantes, que hacen que los
niños estén cada vez más nerviosos. "Y los niños, cuando están más
nerviosos, gritan más y pierden su capacidad de atención", indica.
Cesca
empezó a educar contra el ruido hace ya cinco años. "Siempre me ha
interesado el tema del movimiento slow, así que el día que oí que éramos
un país tan ruidoso vi claro que teníamos que trabajar a nivel
curricular este tema". La Rosella está dentro del programa d’Escoles
Verdes de la Generalitat de Catalunya: considerando que el ruido es un
contaminante (aunque invisible), lo natural era que se incluyera en el
programa. "Tuve la suerte de tener mucho apoyo en la escuela –recalca–,
porque en la cuestión del ruido hay bastante incomprensión".
Así,
un 24 de abril (el día internacional del Ruido) del 2008, Cesca empezó a
hablar a sus alumnos sobre sonido, ruido y sus efectos nocivos en la
salud. Desde entonces, en esta fecha se realiza cada año un acto
relacionado con el tema, aunque la cosa, como explica Cesca, no se quedó
allí: "El trabajo acústico se lleva durante todo el año, estando muy
relacionado con todo un conjunto de hábitos, como la atención, el
diálogo, el respeto y la circulación por la escuela". La pedagogía
incluye información, concienciación y reivindicación: tres factores
reflejados en su dinámico blog (Blocs.xtec.cat/sosoroll) y en
iniciativas como la instancia que la clase de Cesca ha presentado en el
Ayuntamiento solicitando tapas de plástico para las patas de mesas y
sillas del aula. Este detalle acabaría con los chirridos que emiten cada
vez que se mueven.
La labor también se refleja en los
conocimientos de los niños. Entre otras cosas, saben distinguir entre
sonido ("algo que nos aporta información agradable") y ruido ("un sonido
no deseado"). También conocen lo importante que es un ambiente
silencioso para su rendimiento, para qué sirve un sonómetro y cuándo son
dañinos los decibelios. Para esto último cuentan en clase con la ayuda
de un aparato indicador en forma de una enorme oreja, tachonada de
lucecitas, que se ponen rojas cuando se pasan de los decibelios (entre
55 y 60), recomendados en el aula. La oreja (que en otros países es
habitual, aunque tiene forma de semáforo) es también una iniciativa
suya: "Nos ayuda a ser más conscientes del problema y a tener más
autocontrol del ruido que podemos llegar a hacer: ya tenemos doce en las
clases de primaria y una en infantil".
Rodríguez-Arias es
una mujer de voz suave y pausada; una de esas personas para las que el
verbo gritar no entra en sus dinámicas. Sin embargo, esta apariencia
tranquila esconde una determinación que ha conseguido este pequeño oasis
en las cercanías de Montserrat. Un oasis necesario, ya que la OMS
advierte que los niños expuestos crónicamente a ruidos excesivos
"demuestran disfunciones en la atención, memoria, resolución de
problemas y habilidad para aprender a leer". De ello se deduciría que
las escuelas deberían tener muy en cuenta la cuestión del ruido aunque,
como se indica en el informe
La seguridad integral en los centros de enseñanza obligatoria de España, esto no es así.
El
estudio, una iniciativa de la Fundación Mapfre llevada a cabo por el
grupo Edurisc de la Universitat Autònoma de Barcelona (que analiza los
riesgos en los entornos educativos), se publicó en el 2012 y examinó 300
centros. Concluyó que los colegios españoles aprueban en seguridad y
progresan adecuadamente en limpieza, orden y promoción de la salud, pero
suspenden en su nivel de ruido. En un 60% de los centros visitados, no
existían medidas internas para prevenir el ruido que se produce.
Una
de las razones de esta carencia es que, mientras que a nivel
constructivo las edificaciones escolares deben de tener en cuenta unas
exigencias básicas de protección frente al ruido, la normativa educativa
no contiene especificaciones concretas respecto a este. Parece que el
ruido, su influencia sobre los estudiantes y el medio ambiente no es un
tema que interesa a los responsables de nuestra educación. Y esto, según
Joaquín Gairín, el coordinador del estudio y catedrático de Pedagogía
Aplicada en la Universitat Autònoma de Barcelona, es un error, porque
"los ruidos interfieren en los procesos cognitivos de los estudiantes:
pueden conllevar un déficit en la atención y alterar, sin duda, procesos
como la lectura. Este efecto será mayor cuanto menor sea la edad del
escolar, que tiene menos recursos para suplir las lagunas que genera el
ruido en la comunicación".
El ruido en el aula también afecta
al docente, quien se ve obligado a subir la voz (lo que provoca las
clásicas afonías) y a repetir mensajes, aumentando así su fatiga y
nerviosismo. El bienestar de los maestros fue otra de las razones por
las cuales el equipo directivo de la Rosella apoyó la iniciativa de
Cesca Rodríguez. La responsable de estudios del centro, Àngels Torres,
cree que fue una decisión acertada: "A nivel académico, aprender en un
ambiente tranquilo lo es todo", recalca. Además, la pedagogía ha dado
sus frutos: tras cinco años de trabajo, Torres observa que en las aulas
se ha bajado mucho el nivel de ruido: "La clase de Cesca es,
evidentemente, una maravilla, pero en las otras también son muy
conscientes. En especial cuando la oreja está encendida; los niños saben
que hay una cosa que los limita... De todos modos, todavía tenemos la
asignatura pendiente de los pasillos, además del punto negro del
comedor".
El ruido en el comedor es también un problema en el
colegio barcelonés Pau Casals, en Horta. El centro, que data de los
años setenta, goza de unas instalaciones estupendas pero en su diseño se
cometió un error. El comedor está en la parte central del edificio,
bajo una cúpula de considerable altura, revestida de chapa, que actúa
como una gigantesca caja de resonancia. Así, cuando empiezan a llegar
los algo más de cien niños y niñas que comen allí cada día el ruido es,
sencillamente, insoportable.
"En esta escuela se puede gritar
muy poco porque aquí cada grito descoloca", afirma Lluïsa Llenas, su
directora. Cuando llegó al centro, hace siete años, solicitó una
auditoría para medir el ruido al Consorci d’Educació (lo que cualquier
escuela puede pedir). Aunque se reconoció que existía un problema, las
soluciones oficiales se tradujeron en recomendaciones:
truquitos
como colgar objetos de corcho para absorber los sonidos, poner tacos en
mesas y sillas – lo que ya se había hecho– y cambiar la vajilla de
cristal por una de plástico duro... "Y lo que sería realmente efectivo
es que nos recubran el techo con los materiales aislantes adecuados",
explica Llenas.
Entretanto, se ha llevado a cabo una labor
pedagógica muy intensa para educar a los niños a hablar en un tono bajo y
tratar de mitigar el problema. Como sucede en la escuela Rosella, los
niños aquí también responden: levantan la mano para pedir algo y son muy
conscientes de que hay que mantener un tono moderado (los
shhh
entre ellos son habituales). Tampoco gritan las monitoras quienes,
cuando perciben que sube el volumen, agitan una botella rellena de arroz
para avisar a los niños que se están pasando. "Es muy difícil trabajar
el silencio pero este es un tema en el que no podemos bajar la guardia…
Sino, nos quedamos todos sordos", explica la responsable de comedor,
Laura Brito.
No va desencaminada: a medida que entran más
niños en la sala, el ruido aumenta y el sonómetro se desboca, alcanzando
los 80 decibelios, con un pico de 90. La OMS ya considera los 70
decibelios (el ruido de una aspiradora), como el límite superior
deseable. Mientras que molestias pasajeras como la fatiga auditiva se
presenta a partir de los 80 decibelios, los 90 ya son dañinos para el
oído: provocan lesiones irreversibles que son más graves cuanto mayor
sea la exposición al ruido y la susceptibilidad de cada uno.
"Varios
estudios ya han demostrado que, a causa de la exposición al ruido en la
niñez, se están produciendo lesiones que, en la edad adulta, van a
empeorar. Estamos creando sordos desde la infancia. Lo estamos
comprobando en generaciones que tienen entre treinta y cuarenta años,
cuyo nivel auditivo en las frecuencias agudas (las primeras afectadas
por el ruido) está bajando considerablemente". Quien da este dato
contundente es Jesús Rodríguez Jorge, responsable del departamento de
otorrinolaringología del hospital de Sant Joan de Déu, en Barcelona.
Este especialista ha ejercido durante casi veinte años en Alemania y,
aunque es español, no deja de chocarle lo que ve en algunas de las
costumbres del país, que someten a los más pequeños a un auténtico
bombardeo de decibelios. Tanto en fiestas populares como en actos
escolares, altavoces sin control retumban alegremente durante horas, sin
control alguno. "Aunque lo peor son los petardos, sobre todo en
Valencia, eso es peligroso. Una de esas tracas puede provocar una
sordera", afirma. Para este médico, iniciativas como la de la escuela
Rosella son excelentes noticias que deberían impulsarse en otros
centros. "Es urgente iniciar campañas para concienciar sobre el impacto
del ruido en los niños, como sucede en Alemania. Aquí se invierte en
rehabilitar a niños sordos pero no se cuida el aspecto preventivo, que
es importantísimo".
Entretanto, en el comedor del colegio Pau
Casals ha sonado la botella del silencio y los decibelios disminuyen.
Al final de la comida, se premia con un punto a la mesa más tranquila.
En este comedor, el moderar la voz es un hábito que se trabaja al mismo
nivel que los alimenticios o la corrección en la mesa. "Las
características aquí hacen prioritario el aprender a comer sin ruido
–cuenta Laura Brito–, pero yo llevo muchos años en comedores escolares y
puedo asegurar que este problema se da en todos los que he estado".
Como sucede en la Rosella, en el Pau Casals el trabajo contra el ruido
se ha trasladado también a los pasillos y a las aulas. "En la escuela,
es importantísimo mantener la tranquilidad, porque el ruido estresa y,
por tanto, se estresan ellos", sintetiza Lluïsa Llenas.
Controlar
el ruido en aulas y zonas comunes sería una manera efectiva y no muy
costosa de mejorar el rendimiento. Sin embargo, las políticas no van en
este camino: con los aumentos de ratio decretados por las últimas leyes
educativas, va a ser cada vez más difícil mantener el silencio: "Si los
grupos son más numerosos eso incide mucho en la disminución del confort
acústico", advierte Àngels Torres.
Joaquín Gairín sabe que el
ruido es un problema conocido pero aparcado en el modelo de nuestras
instituciones educativas: "La tendencia es no actuar, ante las falsas
ideas de que podemos sobrevivir con altos niveles de ruido. De este modo
también se evitan los costes de mejorar la acústica en la aulas",
resume. Así, mientras nuestra educación se desarrolla entre el
estruendo, en otros países con sistemas educativos excelentes, el ruido
es un tema que se controla mucho. Como es el caso de Finlandia, uno de
los modelos educativos de referencia, donde hay semáforos de decibelios
incluso en los comedores escolares.