Artículo de Carlos Mármol en El Mundo:
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El síndrome de la pandilla
Para saber cómo es un político hay que hacer lo mismo que en los toros: mirar a la cuadrilla. No es difícil. Nuestros gobernantes han construido a su alrededor círculos cada vez más caros, inútiles y poblados; entornos concebidos para sentirse estadistas aunque no sean más que ediles de fiestas primaverales. Su currículo desmiente esta impresión inicial, pero el baile de pescados con el que se mueven intenta escenificar lo contrario. Dicen que el peso del poder se siente en soledad, pero a juzgar por la abundante tribu que acompaña a nuestros patriotas de la Plaza Nueva sólo caben dos opciones: o su poder es aparente o confunden gobernar con la asistencia a determinados los actos sociales. No es exactamente lo mismo.
Rodearse de un ejército de compañía cada vez tiene más adeptos en el ámbito municipal a pesar de que la situación de las arcas locales no lo aconsejaría. No hay más que ver la inmensa felicidad con la que el otro día caminaba un edil del gobierno local por la Avenida de la Constitución escoltado por sus diez chaquetillas azules en plena canícula de julio. La estampa permitía entender qué quisieron decir con aquel lema electoral de "Somos Sevilla", replicado después por los costumbristas más afectos.
En Sevilla la política va ligada al nepotismo, una tradición más intensa que las cofradías. El político patrio, con independencia de cuál sea su partido, necesita un séquito, se rodea de asesores, beneficia a los familiares y está fatalmente cautivo del síndrome de la pandilla, que consiste en situar en la administración, o en los puestos preferenciales para acceder a los contratos públicos, a los conmilitones con los que muchos fines de semana almuerza, cena o se relaja tomando copas. Las incursiones sociales de nuestros concejales con sus pandillas son peligrosísimas. Esta semana hemos visto las consecuencias: el gobierno municipal va a aprobar el viernes de forma definitiva la ordenanza de ruidos, normativa que es imposible de entender sin reparar en que su filosofía de partida ha sido cocinada en ciertas tardes míticas en las que, mientras el sol caía sobre el Baratillo, la quinina y el enebro de los gin-tonics transfiguraban el sentido común.
La Plaza del Salvador de Sevilla, llena de veladores./ESTHER LOBATO
El texto inicial de esta ley municipal contra el ruido ya era alarmante por su escasa consistencia técnica. Sobre este particular nos ilustró el catedrático Jordano Fraga en un dictamen memorable que, por cierto, pagaron de su bolsillo los vecinos que no quieren que el Ayuntamiento convierta Sevilla en una Feria abierta 24 horas. No ha servido de nada. Algunos confiaban en que Zoido, dados los sólidos argumentos jurídicos esgrimidos por estos ciudadanos, recapacitaría. Lo ha hecho a su manera: haciendo caso omiso a la mayoría de las más de 1.000 alegaciones presentadas, algunas de ellas avaladas por 5.000 firmas. Tenía decidido desde el principio aprobar una norma para que toda Sevilla se convierta en la Calle del Infierno.
La ordenanza definitiva es vergonzosa. Y, me temo, también consecuencia de muchas tardes de copas entre El Arenal y la esquina de Plaza Nueva con Méndez Núñez, donde siempre paga el mismo teniente de alcalde. En caso contrario no se comprende que, como ha dicho la propia Policía Local, el gobierno local vaya a terminar protegiendo a quienes incumplen la ley en perjuicio de los vecinos. ¿Nadie se ha preguntado si los que votan dentro de diez meses son los bares o los vecinos?
Lo acontecido, en cualquier caso, era previsible: el alcalde quiere que los hosteleros le den gratis el aceite usado a una única empresa cuyos verdaderos titulares prologaron su ascenso al poder y ahora intenta compensar a los hosteleros por el sacrificio permitiendo todo tipo de actividades en los bares, obviando los horarios y condenando para siempre a quienes residen cerca de uno (casi todos, dada la proliferación existente) a habitar en un gigantesco abrevadero lleno de veladores, anuncios instalados sobre la vía pública y aspersores de agua vaporizada. Zoido ha convertido Sevilla en una ciudad tropical y hortera. Un Miami con cofradías que cada vez se aleja más de la Europa civilizada donde, es cierto, también existen los lobbies, pero son transparentes, están regulados y no se parecen en nada a las pandillas del gin-tonic de media tarde. Lo suyo es influir. Lo nuestro creer que el poder consiste en pedir otra ronda.
Twitter: carlosmarmol_es
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