Martes, 01 Octubre 2013 05:47
El ruido se ha
acrecentado de una manera gigantesca. La contaminación auditiva rompe
todas las estadísticas. Cada quien le impone su “música” al vecino, al
transeúnte. La gente compra un equipo de sonido de “última generación” y
quiere hacerse sentir, poniéndolo a todo volumen y que los demás se
enteren que “aquí voy yo”. Definitivamente, el que no ha visto a Dios,
de verlo se asusta. Cada vez la mala educación campea y contagia a la
gente de poca calidad humana.
El que tiene un vacío interior, lo quiere llenar con ruido. La persona sin principios y valores, es tan pobre espiritualmente que se “sacia” con los estruendos de las baterías y de los motores. Yo no sé si el Código de Policía contemple una normatividad sobre el volumen de los decibeles permitidos. Y si existe una normatividad, con la mentalidad anárquica que tiene un buen porcentaje de colombianos, pues la norma se la “pasan por la faja” y, además, se jactan por ello. Si alguien se atreve a solicitarle a su vecino que le baje el volumen a su equipo de música, le sale a deber; si no termina asesinado, por lo menos es ultrajado con los términos más soeces, propios de la jerga más relajada.
El ruido no deja concentrar al hombre para saber tomar decisiones acertadas. La sabiduría popular nos dice que “quien hace mucho ruido tiene pocas nueces”. Iba una vez un padre con su hijo adolescente y oyeron a lo lejos un ruido permanente y fastidioso. El padre dijo: “Es una carreta que va vacía”. ¿Por qué? -dijo el hijo con enorme curiosidad-, porque si fuese cargada no la sentiríamos. Esa es la persona vacía. A toda hora quiere darle su “toque” a los demás: imponerle su asquerosa música y publicidad contaminante. Para que usted sepa, en el Japón no pueden aterrizar los aviones entre las 20:00 horas y las 05:00 horas, ¿por qué?, porque hay que dejar dormir a los japoneses y, es una de las economías más pujantes del mundo.
El bien no hace ruido y es muy agradable. El mal genera un ruido espantoso. El bien no es noticia; el mal nos atiborra de amarillismo en la comunicación. Hay personas tan de baja estatura intelectual que sólo hablan de las debilidades de los otros. Viven condenando a todo el mundo y no miran la hondura de su propia podredumbre que expele solo toxicidad. Huya de la gente que habla mucho. “Dime de qué hablas y te diré de qué padeces”, dice la sabiduría popular. No te quejes del parto, dale al mundo la alegría de un niño. Por favor, no rompas el silencio si no es para mejorarlo. La música es para escucharla, ¿por qué ante una invitación a gustar un plato, se tiene que poner música estridente para no poder hablar o si se habla es a gritos? Yo creo que en el fondo hay algunos complejos. En los países altamente civilizados no ponen música en los autobuses; en las calles está prohibido poner parlantes que ensordecen a los viandantes. Posicione su saber, su producto, por la calidad del mismo, no por los gritos que le hace al mismo.
*Obispo de Neiva
El que tiene un vacío interior, lo quiere llenar con ruido. La persona sin principios y valores, es tan pobre espiritualmente que se “sacia” con los estruendos de las baterías y de los motores. Yo no sé si el Código de Policía contemple una normatividad sobre el volumen de los decibeles permitidos. Y si existe una normatividad, con la mentalidad anárquica que tiene un buen porcentaje de colombianos, pues la norma se la “pasan por la faja” y, además, se jactan por ello. Si alguien se atreve a solicitarle a su vecino que le baje el volumen a su equipo de música, le sale a deber; si no termina asesinado, por lo menos es ultrajado con los términos más soeces, propios de la jerga más relajada.
El ruido no deja concentrar al hombre para saber tomar decisiones acertadas. La sabiduría popular nos dice que “quien hace mucho ruido tiene pocas nueces”. Iba una vez un padre con su hijo adolescente y oyeron a lo lejos un ruido permanente y fastidioso. El padre dijo: “Es una carreta que va vacía”. ¿Por qué? -dijo el hijo con enorme curiosidad-, porque si fuese cargada no la sentiríamos. Esa es la persona vacía. A toda hora quiere darle su “toque” a los demás: imponerle su asquerosa música y publicidad contaminante. Para que usted sepa, en el Japón no pueden aterrizar los aviones entre las 20:00 horas y las 05:00 horas, ¿por qué?, porque hay que dejar dormir a los japoneses y, es una de las economías más pujantes del mundo.
El bien no hace ruido y es muy agradable. El mal genera un ruido espantoso. El bien no es noticia; el mal nos atiborra de amarillismo en la comunicación. Hay personas tan de baja estatura intelectual que sólo hablan de las debilidades de los otros. Viven condenando a todo el mundo y no miran la hondura de su propia podredumbre que expele solo toxicidad. Huya de la gente que habla mucho. “Dime de qué hablas y te diré de qué padeces”, dice la sabiduría popular. No te quejes del parto, dale al mundo la alegría de un niño. Por favor, no rompas el silencio si no es para mejorarlo. La música es para escucharla, ¿por qué ante una invitación a gustar un plato, se tiene que poner música estridente para no poder hablar o si se habla es a gritos? Yo creo que en el fondo hay algunos complejos. En los países altamente civilizados no ponen música en los autobuses; en las calles está prohibido poner parlantes que ensordecen a los viandantes. Posicione su saber, su producto, por la calidad del mismo, no por los gritos que le hace al mismo.
*Obispo de Neiva
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